Según La Provincia:
Arrecife no sería lo que es sin la memoria y la presencia de esos viejos caserones que, a pesar de pendencias, malos tiempos y descuidos, aún siguen ahí, ofreciendo a propios y extraños ese antiguo esplendor. Decía Leandro Perdomo en una de sus crónicas que, prescindiendo de los cánones estéticos de la piedra y el cemento, lo importante de estas construcciones está por encima de lo material, de lo analítico y que en realidad tiene mucho que ver con el alma.
"El alma de los viejos caserones... Cómo se les rezuma el tiempo, cómo respiran a través de las vigas anchas de tea... Cuántas contradanzas del pensamiento encajonado en las telas de araña inciertas que tejieron los años y la vida y la soledad y el amor y la misma muerte"
Leandro, que conoció y disfrutó de las tertulias que se crearon en estas casas de postín, tanto en Arrecife como en La Geria y en La Vegueta, entendía como un privilegio y un acierto para la ciudad que se pudieran mantener estas ilustres residencias. Sobre todo porque la mayoría de las construcciones de cierta importancia que se levantaron en Arrecife han caído derrotadas, tanto las que se encontraban en la avenida como en la Calle Real y los aledaños de la iglesia de San Ginés. Sólo hay que recordar el estado lamentable en el que se encuentra el Sitio del Cabrerón, en Valterra, el edificio que acogió al primer hospital de la capital. Y entre tanto desastre y olvido, hay que reconocer que una de las casas que conservan una mejor presencia es la que fuera residencia de don Fermín, famoso médico y bodeguero de la isla.
Su fama y su riqueza llegaron a tal punto en Lanzarote que aún hoy, muchos años después de su muerte -falleció en Madrid en 1953 a los 70 años-, circula un viejo dicho popular en el que se dice "eres más rico que don Fermín".
Serio, respetuoso y culto. Amante del arte, de los viajes y la ciencia, Fermín Rodríguez Bethencourt perteneció a esa generación de hacendados, los llamados señores de Lanzarote, como los Fajardo, Spínola, Díaz Rijo, que a principios del siglo XX controlaban la administración de la isla. En realidad hasta la irrupción del turismo como motor económico, a finales de los años sesenta, en esta tierra sólo se podía hablar de la existencia de un grupo poderoso, dueño de fincas, viñas y barcos, y el resto de lanzaroteños que trabajaban en el campo y en la mar y que tenían grandes dificultades para salir adelante.
Don Fermín, que procedía de una familia acaudalada, también se casó con una mujer aún más rica, heredera de extensos terrenos en La Geria en una finca conocida como El Grifo, y que más tarde se convertiría en una de las bodegas más importantes de Lanzarote.
Se había licenciado en Medicina en Madrid y se doctoró en París. En la época del reinado de Alfonso XIII se introdujo en el mundo de la política llegando a ser delegado de Gobierno de la isla. Por su casa pasaron los personajes más relevantes del momento, como Ruperto González Negrín, que llegó a ser diputado en las elecciones de 1933. También conoció a Alfonso Spínola, que había estudiado en Francia con el insigne Pasteur, y que después se marchó a Uruguay.
De hecho, antes de construir la casa de la calle Fajardo, número 5, estuvo pensando seriamente en marcharse a Puerto Rico, como habían hecho otros antes que él. La llegada de los hijos y el desempeño de su profesión, ser el médico más conocido de Arrecife, lo hicieron desistir de su idea.
En el año 1923 comenzó a levantar la casa sobre las ruinas de otra vivienda, de la que aprovechó bien poco, ya que él tenía una idea exacta de lo que quería hacer. Sin contar con ningún arquitecto, fue el propio médico el que con la ayuda de un maestro de obras llamado Barral que se trajo de Gran Canaria acabó por terminar la que sería su residencia.
Todo este caserón está hecho con los materiales más selectos, azulejos que ordenó traer de una famosa fábrica de Sevilla, mosaicos de calidad. Las dependencias de la casa giran alrededor de un patio central, rectangular, cuya principal función es la de dotar de más luz a toda la vivienda. Tal como señala la especialista Dolores Tavío, el patio tiene entrada lateral al estilo musulmán o morisco y no como los patios castellanos, cuya entrada estaba frente al zaguán.
Lo que queda claro en esta vivienda es que no se trata "del prototipo de una casa popular, más bien representa a una clase social alta. Como tal aparece la fachada, que siempre representa el status social y económico de la familia que habita la vivienda. La fachada es amplísima, y se puede definir como "ecléctica por la mezcla de estilos". La parte de atrás de este caserón también es acondicionada para recibir las barricas con el vino que venía de la finca El Grifo. A principios del siglo XX son varias las mansiones de Arrecife que optan por guardar en la capital los litros de vino que procedían de sus campos, esto les servía tanto para favorecer la venta en la ciudad como para acercar la mercancía hasta el puerto y distribuirlo por el resto de Canarias.
Tanto en este aspecto, en el desarrollo de su bodega, como en su trabajo más cotidiano como médico reconocido, Fermín Rodríguez fue uno de esos personajes imaginativos. Cuenta uno de sus nietos, Juan José Otamendi, que su abuelo se compró un coche, un Ford de grandes dimensiones, que pretendía usar para poder visitar a sus pacientes. Como no sabía conducir y además en la isla no se tenía idea de mecánica, seguramente su coche sería uno de los pocos que circulaban por Lanzarote, mandó a uno de sus trabajadores, José María Gil, a Barcelona para que estudiara y aprendiera todo lo necesario sobre vehículos por si fuera necesario contar con sus servicios. No sólo aprendió de mecánica del automóvil, sino como era muy diligente regresó reconvertido en un gran relojero y joyero, capaz de arreglar y colocar todas las piezas que fueran precisas.
También se acuerda Otamendi de que en esa época no existía carretera por La Geria y que entonces su abuelo, que aprendió pronto a conducir, dejaba el coche en Mozaga y le acercaban un camello con el que podía ir de vuelta a la finca.
Tanto para Juan José Otamendi como para su hermano Fermín y para María Ángeles Manrique de Lara, a esta última le correspondió en herencia la casa de la calle Fajardo, sus años de infancia no pudieron ser más felices.
Aunque la familia se dispersó, unos se fueron a vivir a Gran Canaria, otros a Tenerife y a Pamplona, durante el verano todos regresaban a Lanzarote, a la casa de los abuelos y a la finca de La Geria.
María Ángeles reconoce que en compañía de su abuela y de sus primos fue muy feliz. "Es verdad que a mi abuelo lo recuerdo como una persona seria, pero supongo que era algo normal en aquella época, aunque siempre mantuvo la costumbre de reunir a todos sus nietos para que durmiéramos juntos la siesta, y él con nosotros".
De lo que no se olvida es de aquellos fabulosos veranos en medio de viñedos, higueras y membrilleros. "Cuando regresábamos a Arrecife, veníamos cargados con la fruta, los higos secos, la carne de cochino, pero sobre todo me gustaba el dulce de membrillo, que preparaba una señora que trabajaba para mi abuelo".
Juan Otamendi, el nieto preferido de don Fermín, también guarda los mejores recuerdos de aquellos tiempos: "Con 10 años nos subíamos en una mula y me marchaba con mi primo hasta Teguise. Solía estar descalzo, y eso que en La Geria sólo había picón. Al principio te molestaba un poco, pero después la piel se acostumbraba".
Sin duda, una de las personas que más disfrutaron de aquella mansión llena de muebles valiosos, de arquetas, cómodas, sillones, sillas fue Manuela Rodríguez Bethencourt García, hija de don Fermín.
Acostumbrada a una vida de privilegios era normal que se marchara a París para comprarse la ropa, un vestuario distinto con el que sorprendía a los vecinos de Arrecife. Fumadora empedernida, coqueta, siempre consideró que allí en aquella residencia ideada por su padre se encontraba su reino, su plácido lugar en el mundo.
El paso del tiempo y la falta de liquidez obligaron a los herederos a desprenderse de la mayor parte de los objetos valiosos que algún día decoraron esta mansión. Cuadros, esculturas, vajillas, un hermoso piano, figuras de porcelana. También podían verse en la casa dos retratos de los padres de María Ángeles, don Nicolás y doña Manuela, pintados en 1948 por César Manrique. Y frente a ellos los escudos nobiliarios de ambas ramas familiares: el de los Manrique de Lara reza: "Nos non venimos de reyes que reyes vienen de nos", y el de los Bethencourt: "Ensalza siempre la vida, la honra, si no se olvida".
Al final, con la muerte de doña Manuela, su hija se plantea la posibilidad de vender la residencia de sus abuelos. La vida y sus circunstancias no le han permitido mantener una vivienda tan peculiar como ésta. Seguramente ni en sus peores pesadillas podría imaginar que esta venta al Cabildo Insular de Lanzarote le hubiera supuesto verse involucrara en un lío tan lamentable y haya alterado su vida.