Fuente cronicasdelanzarote.es:
Los políticos de Lanzarote se llenan siempre la boca hablando de lo importante que es mantener el equilibrio entre islas. Se llenan la boca pero hacen poco, como conoce perfectamente la población que por razones evidentes cada día acude menos a votar. La sospecha de que una mano negra planea sobre los intereses de un territorio que lleva años siendo maltratado de forma sistemática por los que controlan el poder en el Archipiélago se extiende sobre un sinfín de ejemplos que hacen que su gente no entienda la pasividad que tienen sus representantes: nulas inversiones para infraestructuras, reparto injusto de las ayudas que vienen de Europa y del Gobierno central, errores garrafales en la asignación de proyectos, zancadilla a cualquier atisbo de competencia y política de distorsión de la imagen de la Isla en el exterior.
Son algunos de los ejemplos de lo que pasa con la Lanzarote del siglo XXI. Eso, trasladado a las pequeñas empresas que todavía sobreviven a los zarpazos provocados por la desidia de sus gobernantes, tiene un claro ejemplo en la Harinera Lanzaroteña, la única empresa del sector de la conversión del trigo y del millo en harina que sobrevive más allá de Gran Canaria y Tenerife, y que lo hace a pesar de que se haga imposible que pueda competir con ellas en precios.
Entre Inalsa y Unelco, en plena zona industrial de Los Mármoles, se levanta orgulloso un edificio de cerca de treinta metros de altura que concentra las técnicas más modernas para hacer el milagro de tratar el grano en un lugar que parece condenado a importarlo todo, hasta los productos más básicos. ¿Y qué hay más básico que el pan nuestro de cada día? Al llegar a la puerta de la fábrica uno no se imagina lo que hay dentro. Las sobrias paredes metálicas no sirven para informar con detalle de lo que se encuentra cuando uno accede al interior.
Hasta allí se desplazó un equipo de este diario, para comprobar lo que tantas y tantas veces había explicado Agustín Márquez, uno de esos viejos roqueros de la pelea constante contra la opresión de las islas mayores sobre las pequeñas. Agustín Márquez y su equipo se empeñaron en enseñar a esta casa hasta el último rincón de la imponente fábrica: desde el lugar en el que los camiones son pesados para descargar el grano con medida precisión hasta la para alta del recinto desde donde se deja caer todo por un complejo sistema de tuvos que termina obrando el milagro prácticamente sin que intervenga la mano del hombre.
Se nota que es una fábrica hecha con cariño, pensada para el presente y para el futuro, creada para competir. “
¿Pero cómo podemos competir si entre unos y otros nos están condenando al cierre?”, se pregunta Agustín Márquez mientras mira de reojo a los pocos empleados que puede sostener el invento. Luego, taciturno, pregunta a uno de ellos cuántos políticos se han dignado a pasar por allí para conocer aquello y para entender el porqué de su grito mudo de supervivencia. “Un par de ellos que yo recuerde”, contesta el empleado.
El par de ellos, de los políticos, son Fabián Martín, el presidente del Partido de Independientes de Lanzarote (PIL) y parlamentario del Grupo Mixto, y Francisco Cabrera, diputado nacional del Partido Popular (PP). El resto, ni se ha molestado en pasar por allí, y eso que van con paso firme a por el tercer lustro de existencia de la fábrica.
Agustín Márquez no lo entiende. No comprende cómo los mismos políticos que en las elecciones se parten la camisa intentando demostrar quién va a defender mejor los intereses de Lanzarote en el exterior luego ni se molestan en conocer los problemas de la industria que les sustenta, que permite que se paguen sus generosos sueldos. No entiende, sobre todo, que lleve años intentando que se termine con un agravio tan duro como el de tener que ver cómo con su dinero y con el de todos los lanzaroteños se subvenciona el transporte de la harina que se produce en Gran Canaria y Tenerife, la misma harina que entra por el muelle con un precio más competitivo que la que se produce aquí. Y es lógico: “
¿cómo vamos a hacer nosotros la harina más barata que en Gran Canaria cuando ellos producen mucha mayor cantidad y pueden mejorar el margen de maniobra sobre los costos?”, se pregunta el hace siglos soñador político de la Unión de Centro Democrático (UCD) del ahora desmemoriado Adolfo Suárez.
La única forma de que la harina que se produce en Lanzarote pueda ser competitiva en precio es si se retira la subvención al transporte de la que se produce fuera. Por qué no se ha hecho hasta ahora. Porque nadie ha peleado por ello. “Parece que lo harán cuando esté cerrada la fábrica y ya nadie quiera abrirla”, se lamenta el productor.
Esa es la clave de toda esta historia. Si retiraran la subvención, tanto Agustín Márquez como el resto de socios de la harinera podrían completar su gran sueño, cerrar definitivamente la fábrica-almacén que hay en el centro de Arrecife, trasladarlo todo al puerto y crear un par de puñados más de puestos de trabajo, algo que hiciera rebrotar el espíritu del pasado, ese en el que se valoraba más el trabajo de raíz que el trabajo de oficina.